21.5.07

Arcel en parte estaba hecha de vino y pura muerte. — Baila conmigo— le rogó sin necesidad de hacerlo tomándole una mano para colocarla fuerte en su cintura. Café Tacuba volvía a sonar como hace un año despacio y melancólico; ella hilaba con el aliento frases que se introducían ansiosas por los oídos de él, sobre todo. Los párpados le cubrían por inercia las pupilas inflamadas por la luz; como la luz de aquella noche del performance argentino donde el agua caía en columna contra el piso sobre un sujeto colgado de un arnés. Aquella vez él hubiera querido morirse. No hacía falta vivir ninguna cosa más. — Pero me quedé por esto, Arcel. Cuando escribes siempre estás cansada. Ninguno de los dos ha hecho nada que valga la pena. Mírame, amor—. Pero Arcel continuó moviéndose sola a través del patio, donde una tormenta de estrellas metálicas cayó en columna destruyéndole primero la cabeza. Incrustado de navajas, su cuerpo exangüe a la mitad del pasto sonreía. Osvaldo apaga el discman y se fuma un Marlboro, dispuesto a observar la metamorfosis de la Luna desde un árbol donde esperará el rayo. — Baila conmigo— le había dicho, y Arcel fabricada a pura muerte y vino se largó sin encontrar el verdadero amor.

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