2.8.08

Leones ebrios

No tuve sueño y bajé al café por un café. Soy tan culpable que hasta los lentes oscuros me repelen y se quedan en el escritorio. Molesto es escribir a mano; al mismo tiempo relajante y doloroso; doloroso porque mi manera de agarrar el lápiz hace que la uña se me calve en la piel del dedo de enfrente; detesto el dolor y lo amo, así que elegí el americano. A ver cómo se esfumaba la leche en el centro de la taza, a tomarlo sin mezclar, jugamos. No fue como cuando te confesé que mi placer máximo es verter azúcar desde la cuchara para ver cómo se pinta y humedece no, no fue así. No puedes salir del café, hacerte un tatuaje, arrancarte los aretes. No puedes bajar, no correr hasta el metro, no pudiste haber comprado tu boleto desde antes. No puedes mirar, esperar a que el vidrio se oscurezca y te refleje. No puedes permitir que se te fugue la energía que ametrallabas en la lengua. No pudiste haber repetido millones de veces miles y miles de malas palabras. No puedes entender el fenómeno de recordar tu cara. No puedes encontrar a alguien con quien congenies perfectamente. No puedes llegar, enviar un mail, comprometer el siguiente viernes. No puedes huir/seguir dentro de la ciudad. No puedes mirar a los ojos a la gente ni puedes publicar la verdad en aforismos de tres renglones. No puedes correr ni dejar que los autobuses te lleven. No puedes voltear al cielo ni escupirles en la cara. No puedes matar a nadie pero sería un milagro que no lo mataras. No puedes dormir no puedes drogarte. No puedes recurrir al alcohol arbitrariamente. No puedes (pero debes) descender en la siguiente estación. No puedes escribir caminando, subir las escaleras. No puedes quedarte mucho menos detenerte. No puedes pensar tan cerca de la gente. Pareces una loca con ataques de divinidad, sosteniendo la libreta como instrumento de cuerdas, aspirando una noche, inhalándola completa como si de verdad funcionara. No puedes decirlo. No puedes alcanzarte. No puedes establecer con esto nexos de complicidad. Así que no dormí y te falté al respeto. Ni soñé que me besabas ni tendrás una canción; no es tu cumpleaños. La mañana está caliente y no le importa que sea improbable; así deberías tú de romper tus propias limitantes, aunque suenes redundante, aunque tengas varias musas no me importa. Pero si no te vas, me darán ganas de soltarte a los leones, que aunque ciegos y rapados, todavía pretenden la corona y tienen hambre, antojo de pendejo, de cerveza de encerrado. Leones ebrios: eso es lo que quiero.

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